Urbe Mansiche
Jhimer Monzón
Me coloco mi saco gris y salgo a caminar. Trujillo es
una ciudad pequeña en comparación con otras urbes de Latinoamérica. Varias
veces he escuchado decir que Trujillo es tan solo un lunar de Lima. A pesar de
todas esas cosas, cuando camino por las estrechas calles de Trujillo, siento
que esta ciudad es enorme.
Doblo la esquina de mi casa y diviso unos árboles de
pino. En aquel parque me emborraché por primera vez. Fue con una chica del
colegio que me traía loco, era dos años mayor, y yo no sabía cómo enamorarla, o
llamar su atención siquiera. Un día cualquiera, durante el recreo, no sé de dónde
saqué valor, y como ella vive cerca de mi barrio, la invité tomar vino en este
parque. Me miró de arriba abajo, sonrió y aceptó.
Evidentemente no sabía de donde conseguir vino. Un
amigo me conto que, a unas quince cuadras de mi casa, en una esquina gris y sin
veredas ni pista, una señora venida de Cascas, vendía el famoso vino que allá
se producía; estaba lejos, pero por el precio tan barato que tenía, 6 soles el
litro, estaba dispuesto a ir.
Por fin llegué al parque con el litro de vino en una
botella reciclada. Ella ya estaba ahí. Cabello negro y en ondas, polo blanco y
shorts jeans, hermosa. Nos sentamos en las bancas del extremo, donde la luz de
los faros es muy pobre, y empezamos a degustar del vino de Casacas. Después,
solo recuerdo estar cogido por sus brazos y ser llevado a rastras hacia mi casa.
Entre tropezones y carcajadas mías, le decía al oído que la amaba hace mucho, que
no podía saber cómo tuve el valor de invitarla a salir; valor que me falto toda
la semana siguiente para ir al colegio. Ahora la veo de vez en cuando, está
embarazada de su primer hijo, es feliz. Siempre sonríe al verme, yo también.
Mientras mi mente viajaba al pasado dejé el parque
varias cuadras atrás. Estoy por la avenida América Sur cerca de Tupac Amaru II,
justo en el grifo donde nos atrapó la policía, a mis amigos y mi, por querer
comprar una botella de ron y ser menores de edad. Porque, luego de ese litro de
vino de Cascas, mi cuerpo empezó a pedir más alcohol. Pasé del vino en botella
reciclada a la cerveza, y luego al ron, barato también, pero más fuerte. Total,
que nos detuvieron hasta las cuatro de la mañana en una carceleta, rezando 10
padres nuestros y 10 aves marías cada cinco minutos como penitencia, con tal
que no llamen a nuestros padres y salgamos sin mayor escándalo. Esa anoche
fuimos el espectáculo central en la comisaria, pero salimos con el pecho en
alto y la mirada desafiante.
Estoy a unas cuadras del ovalo “la coca cola”, llamado
así, porque allí hay un gigantesco almacén abandonado de esa empresa. A pesar
de las cuadras que faltan, ya puedo ver las luces azules del By Pass que
permite a los choferes cruzar el ovalo por encima e ir directamente a la
carretera que va a Huanchaco, sin tener que dar toda la vuelta. Cada tres o
cuatro meses hay un suicida que intenta tirarse de lo alto del by pass, habrá unos seis metros de
distancia entre la pista, donde a cada instante pasan autos a toda prisa, y el
puente vehicular. Por lo que, si no te mata la caída, de seguro lo harán los
carros.
Sin embargo, todos estos años no ha muerto nadie,
debido siempre a la rápida acción de policías y bomberos. Aun así, de vez en
cuando hay un nuevo intento. Inclusive las autoridades municipales se han visto
en la obligación de poner un cartel en lo alto de la construcción con un
mensaje motivacional y de prevención.
Pero esta noche no pasaré por el ovalo, por eso, unas
cuadras antes, doblo hacia la izquierda por la avenida España. Esta avenida
circular ha sido pisada por innumerables estudiantes, trabajadores y cualquier
otro grupo de personas que sientan la necesidad de salir a reclamar y alzar su
voz de protesta ante alguna injustica o destape de corrupción política. Yo
mismo me he quedado sin aliento después de arengar a lo largo de esta enorme
avenida, fue en mis tiempos de universitario comprometido con las luchas
sociales, como es natural en un estudiante de universidad pública de un país
tercermundista, o al menos en esos tiempos así era.
Llego al Estadio Mansiche, el único coloso deportivo
de Trujillo. Lo rodeo, mientras llegan a mis oídos, vítores y canticos
ancestrales de cuando el Futbol Club Manucci jugaba en primera división y se
aglomeraban, cada domingo, los trujillanos de pura cepa, en estas tribunas de
cemento. De esto solo tengo fotos y destellantes recuerdos, mi padre era dirigente
de la barra oficial del club, hasta que yo cumplí los 6 años, el mismo año que
Manucci descendió a la segunda división y cada domingo iba disminuyendo el
número de trujillanos de pura cepa en las tribunas. Ahora es usado generalmente
para masivas reuniones religiosas que llenan el estadio y sus alrededores de
devotos feligreses protestantes.
Me paro al filo de la vereda y miro el semáforo, aún
está en verde, así que los autos pasan dejando una ráfaga de aire a su paso.
Luego de unos segundos más ya puedo cruzar al otro lado de la pista y seguir mi
caminata rumbo a Los Lamentos.
Saco una cajetilla de cigarros del bolsillo de mi
camisa y enciendo uno. Trujillo es una ciudad hermosa de noche, no aseguraría
que lo fuera de día; pero, de noche… Es un lienzo gris salpicado de tonos
brillantes amarillos. Cuando jironeo por el Centro Histórico, que es un conjunto
de casonas antiquísimas y edificios modernos, pienso que Los Abuelos de la Nada
se inspiraron en Trujillo para componer “Tristeza
de la ciudad”.
A lo lejos diviso a mi grupo de amigos, ya están
sentados en las bancas que rodean a un Cristo llorando. He perdido la cuenta de
las veces que ese cristo de piedra nos ha visto caer inconscientes al suelo.
Hasta el serenazgo nos conoce y cuando alguna familia llama para quejarse de
nuestro alboroto, ellos llegan y nos piden un par de cigarros. “Ya muchachos,
ya saben como es, vayan a comprar más trago en lo que se duermen los vecinos y
luego regresan, cualquier cosa estamos por aquí”.
No hay otra ciudad como Trujillo. Es pequeña, lo
acepto, pero alberga las ilusiones y sufrimientos de personas como yo. No
podría imaginar mi vida en otra ciudad, y antes que lleguen los tortuosos años
de la vejez, yo también intentaré ponerle fin a la marcha de la vida en el Bay
pass del ovalo Coca Cola. Quién sabe, con un poco de suerte, ese día hay
trafico y no llegan los bomberos.
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Sobre El Autor
Ilustración Realizado Por
Edición y publicación
@Drasenf
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