Tomás
Marisol
Serrano Arcos
Marisol
Serrano Arcos
Tomás
solía caminar tardes enteras por la tierra que rodeaba la casa de sus padres.
Conocía muy bien el bosque más allá de la quebrada en que atrapaba pequeños
pececillos y el valle donde pastaban sus animales; en sus pensamientos resonaba
el canto de las aves que les despertaban en las mañanas y migraban al atardecer
hacia las copas de los árboles más altos, donde los rayos del sol se disparan
al horizonte. El chiquillo jugaba con los insectos que encontraba a su paso; en
aquellos viajes sólo se escuchaban el torrente de agua junto a las pisadas que
corrían tras las mariposas.
La
tarde en que perdió su voz había pocas nubes en el cielo y el viento silbaba
fuerte entre las hojas. Pasaba junto al peñasco que se imponía sobre el poblado
lanzando piedras al aire, cuando un tenue quejido le hizo detenerse y dirigirse
hacia su orilla. Ahí estaban, pendiendo del filo, su mismo rostro y su mismo
cuerpo con su misma ropa. Aquel Tomás no gritaba ni pedía ayuda; sólo miraba
sus otros ojos muy abiertos, absortos, y asía las manos una y otra vez de la
roca rehuyendo la fuerza que lo halaba hacia el fondo.
Yacía
inmóvil ante el fragmento de sí que estaba a punto de caer; las piernas le temblaban
y su piel toda latía, trémula, sabiéndose desdoblada en una forma para la cual
los cimientos se habían deshecho. Los ojos de Tomás se giraron buscando
alrededor un punto que le sirviera como eje para así poder avenirse con el
momento. El cielo se hizo nocturno. Las estrellas se movían rápidamente al
interior del acuoso manto azul, como si se persiguieran entre sí, formando
figuras que pronto se desvanecían. Quizás se debiera al hecho de que Tomás era
también un ser líquido el que su cuerpo empezara a mecerse hacia delante y
hacia atrás en pequeñas ondulaciones donde se reflejaban las luces de arriba,
que parecían querer arrastrarlo hacia el vacío que les pertenecía. Su brillo penetró
en la carne hasta arderla y desgarrarla; se apoderó de ella y justo en el
momento en que flameaba con mayor fuerza, le desintegró. Las manos ya
lastimadas dejaron de resistirse y se abrieron, abandonando en la caída a Tomás
vuelto vapor. Los ojos, extasiados, se perdieron en su propia imagen
disolviéndose frente a sí para luego cerrarse. Entonces, cuando todo fue
silencio, la lluvia vino a su encuentro: el mundo les observaba confundiéndose
el uno en el otro. Ya todo estaba hecho.
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Sobre la autora
Marisol Serrano Arcos. Egresada de filosofía, con raíces ancestrales alrededor del mundo. Ama el viento, el fuego y las montañas. En la actualidad se encuentra atónita con el fenómeno de la existencia.
Ilustración Realizado Por
@the_art_of_tasuugo
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