Cuarentena en Colombia: Episodios durante la pandemia del Covid-19
Episodio 2| Ratas, ratones y rateros.
Escribiré
esto entre el 2 y el 3 de abril del 2020 porque hay información que aun no he
procesado o no tengo completa. A la hora en la que empiezo el número total de
infectados por covid-19 en Colombia es de 1161, los recuperados son 55, los
muertos 19. Tan solo un episodio antes, es decir, hace cinco dÃas, dije que
sabÃa que el número de contagios iba a alcanzar los mil. Para ser franco no me
sorprende que haya sido tan rápido. Ahora sé que el número de muertos se
disparará de repente.
Empiezo
a escribir esto mientras en el edificio diagonal al que vivo se escucha a una
mujer reÃrse a carcajadas, tal vez jugando algún juego de mesa, pues aplaude
muy duro, grita frases y parece tirar cositas pequeñas sobre un vidrio. Digo
que juega, aunque no lo sé. Yo solo puedo especular al respecto. Tengo cerrada
la cortina y no pienso levantarme de mi silla, correrla y comprobar lo que hace.
Solo soy consciente de lo que describo. En todo caso mis noches han sido todas
asÃ. Cuando dejo de poner música para jugar PUBG en el computador, los pasos
del personaje y mi atención de que a su vez no se escuchen más que los pasos de
él y sus compañeros se confunden a lo lejos, filtrado por las ventanas, las
puertas, las paredes, con los tosidos de mi vecino (un tipo que todas las
noches parece un posible contagiado, pero en las mañanas se rÃe y canta con
mucha fuerza como si no le faltara un ápice de vitalidad), los ruidos de la
vecina del segundo piso (que parece hacer ejercicio mientras las doce patas de
sus tres perros la persiguen) y las pesas de algún o alguna otra que chocan
entre sà en este o en alguno de los tres edificios que circundan al mÃo. No
quiero que se malentienda. Los sonidos los escucho, dependiendo de su
distancia, más o menos claros, aunque nunca evitan o interrumpen el sonido del
juego. Por supuesto, estos no son los únicos ruidos que surgen en todo el dÃa,
mientras la gente está en sus casas. Solo son los más reiterativos. Ahora sé
que no quisiera que fueran constantes los gritos, la gente corriendo, los
ladridos de perros, las extrañas voces que parecen hablar, susurrar, llorar por
segundos o mientras se hace bulla en las noches y que desaparecen al callar
todo.
Hoy es 2
de abril, pero fue el 31 de marzo cuando se dio por finalizada la fase de
contención del virus en el paÃs. A partir de ese dÃa se empezó la denominada
fase de mitigación. Esto de fase de contención significa que al decretar al
covid-19 como un problema se procedió a hacer una cuarentena que 1. Disminuyera
el contagio gracias a la separación y 2. Se pudieran ir detectando los enfermos
desde sus lugares de aislamiento para contarlos, tenerlos en tratamiento y
poder que esto no se vuelva algo que colapse el ya colapsado sistema de salud
criollo. Los resultados de esta fase son los 1161 casos mencionado con
anterioridad. La verdad es que yo sé que serán de a 50 o 60 casos confirmados
por dÃa a partir de aquÃ. Es decir, la contención aún no ha parado, digamos que
“la llave sigue botando”. En fin. La mitigación,
es decir, la suavización o atenuación del virus se espera que venga ahora,
cuando el encierro ya lleva la mitad del tiempo que necesita el covid-19 para
encubar y que, me imagino, espera concluir con una cifra ya fija de enfermos,
muertos, recuperados, asà como una disminución promediada de contagiados y
muertos por dÃa. Digamos que lo que se busca con esta fase es torcer la lÃnea
ascendente. Por lo tanto, también es la fase que espera que el virus muera allá
afuera, mientras se posa en cosas a la espera de que las toque un ser vivo que
lo pueda multiplicar. ¿Un ser humano o también un animal? En RT se publicaron
las noticias de dos mascotas que habÃan dado positivo para covid-19. Una en
Bélgica, otra en China. Incluso un perro habÃa muerto en Wuhan. Como sea: Al
dÃa de hoy el covid-19 tiene un millón de contagiados a nivel mundial y la
cifra sigue en aumento.
*
A medida
que se me habÃa ido dañando la comida empecé a pensar en el mejor momento para
salir a proveerme de granos, frutas y hortalizas. Anoche mientras escribÃa este
episodio pensaba en eso. Terminé de escribir y prendà la pipa, me pegué tres
plones y luego salà de la pieza para cocinar. ¿El resultado? Una papa partida
en palitos que acompañé con dos huevos y una garra de café que me tomé a lo
largo de la noche. QuerÃa hacerme pinchos o Nuggets, pero estos también se
dañaron. La nevera tiene un pequeño refrigerador en el que no alcanzaba para
ambos paquetes. Hace dÃas que venÃa oliéndolos y sospechando que se dañarÃan. Al
final pasó y fue el quiebre: TenÃa que ir a comprar cosas.
Hoy salÃ
al despertarme, serian tipo 11 de la mañana. Salà del apartaestudio y caminé
hasta la placita campesina que queda justo en frente de la terminal. Este lugar
me queda a unas cuatro cuadras de la casa. Al llegar al sitio, justo por la parte en la
que hay una carretera destapada, al lado de donde hay un gran lote en donde se
levantan los circos de la ciudad, habÃa tres Furgones que reconocà como carros
para carne uno, para frutas el otro y para huevos el ultimo. Al lado de ellos
estaba la basura apilada en costales que salÃa de la cebolla, las mazorcas, el plátano
o las frutas podridas. También habÃa algunos trabajadores entrando y saliendo
con canastas o incluso algunos choferes subidos sobre los furgones. Al frente
de la entrada de la placita habÃa un man con tapabocas que esperaba personas
para ayudarlas a cargar sus remesas y recibir algo por ello. Una actividad no
muy inteligente en estas épocas. Mientras yo entraba habÃa un taxi parqueado
esperando a un señor con una anciana y no solo no le dieron nada, sino que
empezaron a zigzgear para que no los tocara ni les tocara los costales y bolsas.
La viejita tal vez hizo gestos de asco, aunque podrÃa ser su cara o el efecto
de sus arrugas.
El caso
es que entré a la placita campesina, un lugar que hace no mucho habÃan cerrado
por X cosa y que luego re-abrió, pero con carteles de apoyo al entonces
candidato a la alcaldÃa Juan Carlos López Castrillón y empecé a seleccionar lo
que iba a llevar: Zanahoria, papa, ajo, tres naranjas, un cuarto de café, etc. El
lugar estaba vacÃo, en comparación a los dÃas normales del pasado, pero aun asÃ
habÃa mucha gente como para estar cumpliendo con el “protocolo de prevención y
aislamiento”. PodrÃa decirse que, si bien habÃa menos gente que en el pasado,
considerando el dÃa, este no dejaba de parecer una agradable mañana de lunes en
la que llegaba a comprar. Nada habÃa cambiado, si exceptuamos los tapabocas.
Tal vez los patojos ya tenÃan la costumbre de que, cuando alguien se acerca al
estante en el que se encuentran, entonces lo miraran de reojo, sueltan o se
llevan lo que tiene en la mano y se empiezan a correr.
Avancé
por el estante de la sandÃa y por la nevera donde está la pulpa de fruta y
quedé de frente a la carnicerÃa y los otros estantes donde están la gran
mayorÃa de frutas y hortalizas. Noté como algunas de estas estaban agotadas o
solo quedaban apiladas las más magulladas, desgastadas por el trajÃn de las
manos y las cajas. Noté como la misma gente apretaba tomates, pimentones,
mangos para buscar lo que otros como ellos habÃan agotado a fuerza de imprimir
fuerza. Coqueteé con la idea de comprar carne, pero luego pensé que mejor no. Recordé
que en el sur de China se prohibieron comer serpientes, ranas, gatos y perros y
me indigesté. Pensé ¿Será cierto que esta naturalización de comerse cuanto
animal pasara por enfrente pasó producto de las malas polÃticas de los
comunistas chinos, en especial de Mao? De ser asÃ. ¿Habrán motivado estas
situaciones o, por el contrario, habrán sido estás las consecuencias de tomar
posturas tan distintas a los soviéticos, cosa que los llevó a distanciarse con
estos, aunque compartieran un mismo objetivo final, el comunismo? TendrÃa que
averiguarlo.
Asà fue
ir a la placita. Mientras esperaba en la fila a que una cajera con guantes y
tapabocas me atendiera aproveché para sacar el celular. En la parte superior
tenia notificaciones de Instagram, de YouTube, de WhatsApp. Miré por encima las
noticias de YouTube y leà más casos, más muertos, nuevos videos de los
youtubers a los que sigo. Pensé, producto de solo mirar palabras como
“Covid-19” “Coronavirus” y números como “1940” “4500” y no relacionarlos con
nada: Que bien, tengo algo para ver mientras como. Abrà WhatsApp y ahà vi el
chat de un amigo. “Marica, pilláte este video”. Lo puse a descargar y cuando
finalmente lo hizo lo empecé a ver. Lo que pasó fue aterrador. Jefry me habÃa enviado una recopilación de
clips de entre 10 y 15 segundos en los que se veÃa cadáveres tirados en la
calle, acordonados por cintas de peligro. Personas que en compañÃa de otras o
mientras caminaban caÃan muertos, desfalleciendo a la fiebre. “Mi hermano lleva
un dÃa muerto aquÃ, fuera de la casa, producto de problemas respiratorios”
decÃa un hombre. “¿Dónde está mi mamá?” “¿Cómo pueden ayudarme?” “Mi hermano,
mi cuñada, mi nuera, mi suegra, mi hijo, mi papá, están muertos y necesitan
cristiana sepultura”. Un grupo de hombres, que llevaban una sábana cogida de
cada esquina, corrÃan con un cadáver. Cuando se les resbaló el cuerpo soltaron
la sabana y se dieron a la fuga. La gente sacaba los ataúdes a las calles o los
incendiaba ahà mismo. Quedé estupefacto. No sabÃa de donde eran los videos,
pero supe que el acento de quienes hablaban era latinoamericano. La fila avanzó
y yo seguà viendo hasta que reconocà la ciudad, esta vez no solo
familiarizándola con mis recuerdos sino casi que, volviendo a pasar por ahÃ,
por donde grababan. Vi el malecón de Guayaquil y las bolsas blancas, con cintas
amarillas, que tapaban los cadáveres de estos muertos. Supe que esta era la
cuadra que quedaba justo debajo de las peñas, donde están las artesanÃas y los
yonquis. Antes del covid-19 en estas calles ya habÃa putrefacción. Hace unos
años mochilié y estuve en esta ciudad. Mi recuerdo más vivido de este sitio fue
una mañana en la que salà a fumarme un porro y al pasar por ahà vi a un hombre
cadavérico, con la caja torácica marcada, que me miraba fijamente, sin poder
abrir los labios, con un cordón amarrándole el brazo y una jeringuilla tirada
en el suelo. ¿Estos eran los muertos que enfocaban? ¿Cómo el lisiado habÃa
llegado al punto de tener esta crisis de salud pública?
-Joven,
su pedido.
Pagué y
tosÃ, para no perder la costumbre, mientras las cajeras me miraban asustadas y
de reojo y los embolsadores esperaban que yo me fuera para echarse gel
antibacterial. Afuera hacia un clima lindo, con un sol caluroso y un cielo
despejado. Empecé a caminar a casa. Recuerdo que avancé y más allá de los
furgones vi dos ratas que corrÃan pegadas a la pared. Cuando llegaron hasta cierto
punto parecieron voltearse a verme y se atravesaron la carretera destapada para
perderse entre el monte del lote de al lado. Yo las seguà con la mirada hasta
que el pasto dejó de zarandearse. Entonces cambié mi atención hacia lo que
sucedÃa detrás. Tres perros, dos grandes y uno de estatura mediana, que hasta
acá se veÃan flacos y que estaban oliendo el suelo en busca de comida y
roedores. Hoy son tres, pero mañana serán más, me dije a medida que aceleraba
el paso. No dejaba de pensar en Ecuador. Cuando yo fui a ese paÃs ya las
personas que conocÃa se referÃan al lisiado como “Traidor”. El vicepresidente
de la Revolución ciudadana, ¿un traidor?
Antes de abrir la puerta del apartaestudio recordé que el presidente Lenin
Moreno también fue o era (si es que esa basura sigue existiendo) parte del
grupo de Lima. El mismo grupo de Iván Duque, el pinochetista Piñera y el
presidente peruano que le permitió a los hijos de Fujimori hacer lo que les
diera la gana con los civiles durante la cuarentena. Entré a la casa y ya sabÃa
el tÃtulo del capÃtulo, en honor a una pelÃcula dirigida por Sebastián Cordero.
Esta mierda se llamará “Ratas, ratones y rateros.”
Redes Y Financiación Del Proyecto
*Cada
episodio de esta serie de la Revista Aparato Nacional viene acompañada de un
grupo de fotografÃas que también pueden ver en nuestro Instagram
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Sobre El Autor
Idea original de los editores de la revista Aparato
Nacional. Escrito por @buenosandres_
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en Colombia: Episodios
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implicados cuentan. FotografÃa: Evelyn
Chamorro. Texto: Andrés F. Burbano.
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